Cara rara



Raras, las caras,
si no sabes,
a primera hora en la ciudad,
por ejemplo en el metro, o en el atasco
rápido.
Si no sabes ponerlo en su contexto.
Las caras raras
de los trabajadores bien vestidos,
de maletines negros, de corbata,
zapatos
de cuero, caras
de cuero,
como perplejos.
(No es la hora
tan temprana)
(no es
solo la hora).
Perplejo el gesto.

De los trajes con trabajadores dentro,
su sueldo puesto, su puesto,
supuesto
traje. Su miserable
manejo de, sí, su tiempo.

Oyendo las deco-radios.

Mientras en los colegios,
sinceridad humana mutilada
como pies de mujer china, como
clítoris sahariano,
como bonsai, como seto,

lágrimas desoídas,
llantos amortiguados,
lógicas de asfalto.
Guarderías.
Los barrios



huecos.



Repitiéndose, las noticias
calmando la locura de estar quietos
(en el atasco, pero
en las cafeterías, las oficinas,
el metro, por ejemplo).

El inefable afeitado.
(La afeitadora eléctrica, la radio,
el ladrón. El ruido higiénico.)

Gafas de ver lo pequeño,
perplejo el gesto,
la hora temprana,
las caras raras,
la ciudad
rápida,
el silencio,
la dirección contraria.
Reloj, espejo,
cara
de olvidar algo.

...

Perplejo.

Poesía pírrica




Cuánto hay que llorar
para enarbolar una sonrisa,
para recordar riendo todo
lo que nos llegó a llevar
al llanto.

Todo el tiempo el tiempo
pone a cada uno en su lugar…

lloro en el presente
río en el futuro, quizá
solo es cuestión de perspectiva:

la risa es recordar queriendo aquello que uno olvida.

METRO BLOOD



Oye la música y se queda petrificado,
el único personaje de esta película que la escucha,
que sabe que no hay conversaciones sino diálogos,
que no hay amaneceres sino iluminación,
que no hay ebriedad sino grandes actores del método
en mitad de una oscuridad fingida de noche americana.

Los demás se creen la luz de los espejos
y el tráfico despreocupado de los millones de figurantes
que solo van hasta la esquina, donde la Gran Manzana
reparte bocadillos, fuera de plano.

Y en los cines asisten a obras de teatro dentro de las películas
amenizadas con coreografías sinfónicas deliberadamente artísticas.

Sospecha que es un secundario silencioso,
oye la música que otros sienten como imágenes,
viste de negro riguroso porque sabe que da bien en cámara.

Observa a los demás incrédulo y los admira
preguntándose qué saben ellos que él desconoce,
cómo han llegado a creerse la impostura.
Por qué se portan todo el tiempo como personajes.

Duda que  sea posible ignorar las acotaciones
garabateadas en las cornisas y en los trenes
que flirtean con los márgenes de la ciudad.

Y pisa el asfalto, y los pasos de cebra,
y los reflejos en los charcos de los semáforos,
y alza la vista para ver por entre los neones
la ausencia criminal de las estrellas,
el cielo es un archivo jpeg y solo yo me harto de la luna nueva,
las vidas de mis vecinos han sido comprimidas en jaulas zip
mientras cocinan redondas tartas de cumpleaños.


Llega al motel de madrugada y paga tres semanas de adelanto.
El viejo comadreja cuenta uno a uno los ciento veinte dólares
en billetes pequeños, usados, de Monopoli,
e incluso parece fingir un brillo de avaricia
y esa tos de enfisema de pulmón que se merece un Óscar póstumo.

Oculta una botella de Jack Daniel's en una bolsa de papel marrón,
aunque hasta los niños del callejón mugriento saben que el bourbon
tampoco esta noche va a salvarle.

Espera al lento amanecer opaco mientras se sienta al honky-tonk piano de su cuartucho
y escribe con un lápiz que ha encontrado debajo de la cama
poemas de realidad sobre las teclas blancas, que al pulsarlas
generan decorados al otro lado de la gran ciudad:
torres de alta tensión como magnolias, aviones supersónicos,
arquitecturas acristaladas esperando el terremoto,
tormentas de agua gris y barro negro.

A su llamada rítmica acuden sus hermanos,
se derraman por los embarcaderos, por los polígonos
industriales, por las naves abandonadas de chatarra,
imparables, sonrientes, cínicos,
dueños de la ciudad difusa,
silueteándose sobre la línea del horizonte de su sueño,
motor, cámara, acción, y afloran
los Chicos del Vertedero.

La nada holística



La vida está entre la arena de los parques,
está entre las hojas de los árboles, está...
está entre las palabras, entre las lágrimas...
la vida está.
Se parece más a la luz que a los colores
es más como el sonido viajando antes del tímpano,
la vida es lo que no es nada entre todo
porque simplemente todo, todo solo,
no es nada diferente
de la nada.

La vida es lo único que existe.

Lo único que Dios no preveía.

Primer curso de la ESO





El unicornito caga
boñigas opalescentes
mientras su padre, que lo ve,
se relincha, silencioso,
y entre dientes:
¡cuándo cuernos
(singulares)
va a madurar este potro!

Todos los padres desean
que sus hijos les mejoren,
pero ¿acaso ha visto alguien
unicornios de provecho?

Tu tiempo libre




Los domingos están para ir
de la cama al sofá, y del sofá a la mesa,
y de la mesa otra vez al sofá...
y para arrastrarse por la moqueta
y para morder el polvo
y para ser una oruga en pijama
y para comer patatas congeladas
y hamburguesas, y pizzas, y sushi,
y mierda
y beber cocacola, o cocacolalight,
o cocacola descafeinada, o zero,
o mierda,
y para que sin salir de casa gastemos en luz,
en teléfono,
en comida a domicilio, en venta
por catálogo, en aplicaciones de iPhone,
en mierda,
y para que recemos un credo de la Iglesia
de IKEA: por mi culpa
no tengo más dinero, por mi culpa
el mueble está embalado,
por mi gran culpa
lo pagaré a plazos.
Y del sofá a la mesa
y el partido de Nadal,
y de la mesa al sofá, y el partido de fútbol,
y del sofá a la cama,
y la película de la semana,
y los doscientos anuncios,
y la teletienda.
Y para eso están los domingos,
para irnos a la mierda, el día del señor
para eso está,
para eso estamos nosotros,
para ir arrastrándonos
de su cama a su sofá,
y de su sofá  a su mesa,
y para que él pueda hacer lo que le parezca
el lunes y el martes y el miércoles
y el jueves y el viernes
y el sábado
y el domingo.
Y lo haga de pie, o volando,
o en coche oficial,
mientras nosotros, a rastras,
como orugas en pijama, pensamos
que hay que acostarse pronto,
de la mesa al sofá,
porque ya casi es lunes,
y mañana, otra vez,
madrugamos.
Y del sofá a la cama,
y de la cama al trabajo,
al sofá,
a la cama,
al trabajo al sofá a la cama,
al trabajo al sofá a la cama,
al trabajo a la cama
al trabajo a la cama
altrabajoalacama
altrabajo!...
¡a la mierda!
a la mierda.

de la cama al sofá...




Hay que entender
que mientras todo el mundo haga lo mismo
por las tardes,
que mientras todo el mundo haga lo mismo
los domingos,
(hay que entender que todo el mundo ya
hace lo mismo de mañana,
que todo el mundo ya de noche
hace lo mismo, hay que entender
que todos nos quejamos de lo mismo)
que mientras esto siga así,
quejándonos sin hacer nada
todos, por una misma causa,
y haciendo lo mismo los domingos
y haciendo lo mismo por las tardes,
hay que entender que nada va a cambiar
para nosotros,
y que quizá al principio nos parezca
lo más cómodo.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...