Con perdón de las damas. (Tango)

A los que no creyeron,
con perdón de las damas,
que la chupen,
que la sigan chupando.
Yo soy o blanco o negro,
gris
no voy a ser en mi vida.
¿Eh?
Ustedes me trataron como me trataron;
sigan mamando.

A los que no creyeron
no les culpo.
Era yo quien no tenía más remedio.
Quien vivía ese tiempo desde dentro
era yo, no eran ellos.
Y quien no se planteaba la creencia
porque era su futuro,
o blanco o negro,
era yo.
Yo no les culpo.
Que la chupen.
Hoy soy yo quien ha vencido
en la batalla perdida.
Sigue siendo mi futuro,
no el de ellos.
Hoy soy yo,
es mi momento:
blanco o negro,
gris
no voy a ser en mi vida.

Yo me enfrento con mi espejo,
mi conciencia se refleja
en mis párpados por dentro
cada noche yo anochezco
cada día me levanto,
¿eh? que la sigan chupando,
no son ellos,
no es su momento.
Me trataron como me trataron,
pero yo no me lamento,
no quiero sus alabanzas,
sus críticas me resbalan, para mí
ustedes no significan nada
gris
no voy a ser en la vida.
Y, con perdón de las damas,
sigan mamando.



Aproximación al soneto.


Problema básico de los poetas clásicos
es su creencia en la existencia eterna
y aunque aún viven, cantando en el Parnaso,
cierto es que los que ellos fueron no se enteran.

Raro es el hombre, aun el ingenioso,
que acierta siempre en la verdad de lleno,
y si se acerca resulta engañoso,
porque a su fallo lo denomina acierto.

Fraile ni Santo, Boscán ni Garcilaso
pudo con éxito cruzar el infinito
quien más lo busca halla antes el fracaso.

Los que hoy recitan a los poetas míticos
rastrean en ellos las huellas de sus pasos.
Más que su inspiración husmean su oxígeno.

Bastaría la palabra.





Te amo hoy,
por lo tanto no utilizaré
palabras como tul en mi declaración
de amor, que no sé qué significan,
aunque las respeto tanto como a otras
de uso más común,
como luz, como azúcar,
como ,
como autobús.

Y no creo que lo que tengo que explicar
haya cambiado con el paso de los años,
ni siquiera de los siglos.
Porque este amor que yo siento
hoy
no es diferente de otros
y, si solo fuera para dar cuenta de él,
bastaría la palabra.
Como cuando, sin entrar en los detalles,
se dice mar, y todo el mundo sabe lo que es,
pese a que el mar no sea nunca igual,
pese a que haya más de uno,
pese a que se lo suele mencionar desde la tierra,
de oídas, sin conocerlo a fondo,
o quizá por eso.
Y en esa inexactitud se asemejan sobre todo mar y amor.

Te amo hoy,
y puedo ir por la calle pregonándolo,
porque eres la única persona que me hace olvidar que mi teléfono
no es un ser vivo, que su altavoz no es tu amado oído,
de forma que tengo que contenerme para no besarlo en los portales,
de forma que sonrío entre la multitud malhumorada
en el metro, en la calle, en el supermercado;
en casa, mientras mi compañero de piso trata de trabajar
con su portátil,
con lo triste que es ya de por sí
trabajar en vez de ver la tele; para algunos,
no para mí, que vivo en el amor amortiguante
y todo me parece enamorante.

Te amo hoy,
lo que conlleva una dosis de cinismo,
porque pienso que es difícil encontrar a una persona
con la que se pueda hablar durante horas
sin decir realmente nada,
que además coincida en el tiempo y en el espacio
urbanístico con uno,
y que no sea pobre ni rica,
ni viaje mucho,
ni tenga novio,
ni tenga novia,
ni quiera estar contigo “para algo”, entre comillas,
ni sea posesiva,
ni esté chiflada con violencia,
ni tenga ya dos hijos, exmarido
e hipoteca, nada mío.
(Tampoco todo).
Es tan difícil, que uno se enamora del amor,
más que de la persona. Más que de una elección
se trata de lo que queda.

Si queda algo
es amor hasta los tuétanos,
que son la sustancia interior
de los huesos, con la que hoy, con azúcar,
se sintetizan las gominolas.

Declaración:

Mi amor es una gominola azul,
como tu pupila,
y tú hablando por teléfono conmigo desde el autobús nocturno.

La luz se ha ido.

Intermitencia.



Hoy me acuesto pronto y me dormiré al instante.
De entre los ruidos del rumor de la ciudad atenderé a uno solo
por monótono.
El del motor de coches, o neumáticos sobre el asfalto;
o el de vecinos en la tierna última charla de la noche.
Descansa mi conciencia como el tronco de un árbol abatido,
como el agua en el fondo de un estanque,
nunca pienso en esa hora qué ha pasado o va a llegar, y sin embargo
es solo al despertar cuando reposa el masetero,
como si hubiese odio entre mandíbulas, como
si la nocturnidad fuese un veneno,
como si mi cráneo asumiese, en mis ausencias negras
que no va a besarte nunca más,
y que las puertas que no han de abrirse han de cerrarse con violencia.
Crujen los goznes de mi vida, nace el día,
y cada amanecer simula el final de una condena,
pero al ser tú oscura, muerte, amor, noche, la carcelera,
la luz solo asegura su intermitencia.

Es el otoño.


Tim Noble y Sue Webster, 1998

Temo que me interpreten
(Yo no lloro, es el otoño,
tras los cristales.)

mal, y lo hacen.
Miran mi rostro como si fuesen geólogos
buscando fallas y pliegues,
(No son suspiros, es viento.)
o minerales valiosos.

Buscan oro donde hay sueño,
(Son las hojas de los árboles,
no recuerdos.)

plomo, donde hay huellas de animales
aéreos, sonrisas
donde desprecio. (Es frío,
no desaliento.)

Y entre mi fuego silencio.

El eco que vuelve a ningún sitio.


Parting is all we know of heaven,
And all we need of hell.

Emily Dickinson


Sabía lo que hacía cuando te quise,
me rendí porque ansiaba tu gobierno.
Fueron años felices, luminosos,
y venenosos, sí, aunque su veneno era secreto.


De amor solo soy la palabra,
el eco que vuelve a ningún sitio,
solo soy la palabra,
la Primavera inservible de la Luna.


Mi camino sin ti no sabría recordarlo,
la memoria es un simple utensilio para revivir,
he estado muerto,
solo soy la palabra,
hoy te quiero igual que entonces te quería.


Soy un eco que vuelve a ningún sitio.


Tú no eras como yo, ni como nadie,
te amaba de la forma en que aún te amo:
entonces por amarme, por haberme amado, ahora.


De amor solo soy la palabra,
el eco que vuelve a ningún sitio,
solo soy la palabra,
la Primavera inservible de la Luna.


Sabía lo que hacía cuando te quise.
Sé que lo sabía y sé
lo que hago.
Soy la palabra, 
la Primavera inservible de la Luna.

Tal vez.

Tal vez no fueron tantas veces
las que escuché aquella música
durante aquella época,
pero veo tus ojos mirarme y llorar de alegría cuando la oigo...

¿o quizá son mis lágrimas?

Veo tus oídos oírla,
veo tus labios cantar, tu sonrisa, tu cuerpo
moverse al compás,
veo tu piel con el vello erizado...

¿o quizás es la mía?

Te veo a ti en el pasado.
Tú ponías esa música
y pasaba como agua,
atravesaba mi alma, como una tela blanca,
que filtraba su tiempo,
que dejaba en el alma el sedimento,
de palabras, de besos, de rasgos,
de gestos...

la música se está siempre yendo,
pero sabe volver,
recuerda el camino a través de la tela
y la inunda, y diluye en el aire otra vez
los recuerdos.

Flotas tú en la música
y la cantas alegre
y tus ojos me miran,
y tu piel se estremece, tu sonrisa...

o quizá, aunque tuyos, mis recuerdos son yo.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...