La poesía no es la solución...


La poesía no es la solución,
la droga no es la solución,
la muerte no es la solución.
La solución no es la solución.

Una censura llamada amor.


Todo el mundo parece tener novia en el verano
menos yo.

Camino como un turista ávido
de ojos y de labios, y de pechos
y de vientres femeninos;

voy, calle arriba, calle abajo,
de monumento en monumento.

No es solo la lujuria, ni el calor,
ni la moda de lucir marmóreos muslos.
Es más la búsqueda de una respuesta a las eternas preguntas:
¿Qué tienen ellos? ¿Por qué yo no?

Y luego pienso en todo
lo que hay que hacer y que decir,
y en todo lo que no hay que hacer,
ni que decir, tampoco,
en lo que no hay siquiera que pensar,
o que dejar traslucir en la mirada.

Y pienso en que aún así,
no acabaría la lujuria ni el calor,
ni los marmóreos muslos,
comenzaría solamente una censura
llamada amor.

Y te imagino, a ti, poética, ideal,
pongamos de belleza irreprochable,
mirándome a los ojos ya en la noche,
y preguntándome en qué pienso,

a quién miraba,

si no te quiero...

Y tengo ganas de ser ciego a la belleza,
e insensible a la turgencia.
Pero no puedo.

Abro los ojos, me muerdo un labio
y solo sigo caminando.

azeóTROPO


Veo a todas horas anuncios
sobre bebidas alcohólicas,
y mi familia las bebe,
han bebido siempre como esponjas.

Y mis amigos también.
(Punto y aparte).

He visto abrevando en la taberna
a desconocidos totales,
personas solas,
hombres, mujeres y niños.
He asistido al trasiego del alcohol por todo el reloj del sol
y de la sombra:
desde las seis, en el alba,
hasta las cinco.
Y en todas partes:
en el fútbol, los teatros,
las iglesias;
los medios de transporte públicos
y privados, valga o no la redundancia;
los más variados actos sociales, incluso los más luctuosos...
sí, he visto correr la bebida como alma que lleva el diablo, ojo,
literal:
me ocurrió en un funeral.
No sé de ningún otro remedio eficaz
para la vida social de los pueblos,
o para, de las ciudades, la soledad.
Aunque quizá exista, no lo dudo, en otros lares, en este lar
la solución son los bares.

Pero si preguntas a cualquiera
por la calle o en tu casa,
con resaca o sin ella,
y tenga la edad que tenga,
sobriamente te dirá:
¿beber yo?
no, no, qué va...
beber alcohol está mal.

Soy tan idiota que soy poeta.


Es como un peso en el aire:
como si la verdad fuera más densa.
Como un polen
que aumenta la sensación de atmósfera,
la arenilla que opone resistencia
a la ignorancia aérea;
leve, invisible, pero real.
Lo aspiro, entonces, en bocanadas lentas,
y dejo que se me prense en los pulmones.
Mi ser como las barbas de la ballena;
la jaula de mi cabeza abierta,
la idea volando como un pájaro, fuera de ella
aún, presa, tras los barrotes.
El papel blanco,
cubo de tinta,
la mano quieta.

Extraño.






Me extraña el ambiente aún ajeno.

Madrid socavada,
primavera muerta;
y mi húmedo yo, extranjero.

Luz falsa, aroma a cocina.

La ventana abierta un tintero negro, y en él,
estrellas hermanas,
la gente, que se siluetea buscando el aliento
usado del día, ya tibio, en la noche.

Murmura la brisa,
palabras auténticas entre la atenuación de los ecos
del ruido,
de cada palabra tasada
en la capital del viento
y su grito.
La hora de la verdadera tregua,
la última hora.
Revivo la intelección única, joven,
de un tiempo;
aquí aún soy un niño con zapatos nuevos.

D.E.P. Michael Jackson.


En su tumba duerme la música.
Y él camina eternamente por la Luna.

Rayos.



Primero la oscuridad,
después la lluvia
y luego la tormenta,
los truenos y los rayos.


Siempre es igual,
otras tormentas,
otras parejas
de verano.


No sé cómo no nos hemos dado cuenta.
En qué pensábamos
mientras se hacía la noche en pleno día.


Ya no me hablas,
yo ya no sé qué es lo que quieres que te diga.


Primero la oscuridad,
después la lluvia
y luego la tormenta,
los truenos y los rayos.


Arrecia,
con cada rayo un trueno
lejano, pero exacto,
y la tormenta acercándose,
acercándolos.


Ya no hay remedio,
ya no saldremos juntos de la lluvia.
Solo esperamos el momento
en que restalle la verdad.


Como un trueno
mientras refulge su relámpago,
y la tormenta no pueda estar más cerca.


Solo un instante, el que nos parta a la mitad,
y la tormenta, luego la lluvia, después la oscuridad,
comenzarán, de nuevo, a alejarse,
truenos y rayos alejándose entre sí.


Pero esta vez
te llevarán a ti con ellas,
lejos de mí.

diamante o párpado

Acaso  el preciosismo  en la poesía   dependa  de la joya en la mirada: si es un diamante o un párpado,  es decir, si multiplica u opaca. Te...