Kafkiana madrileña.


Hay una buhardilla encaramada
esperándome
con los ojos puestos,
pícaros, entre mi hambre
y su fachada.

Tiene el suelo abuhardillado,
y el techo, claro,
pero no, no estoy contando una película,
el suelo lo tiene también en ángulo,
es tan aguda.

Es un lugar idóneo para escribir poesía,
matar el tiempo, las cucarachas,
tocar el arpa y pasar frío,
esos guantes que solo tapan una falange,
para pensar en antes...
típico sitio para llorar, y para estar
enamorado de los bares,
salir de noche y madrugar.

Hacer de la bohemia un mero lugar geográfico
que se halla tras millones de escaleras,
en Fuencarral, a la derecha,
frente a un castillo,
a la manera de los setenta en la Chequia comunista,
con esos jerseys de cuello cisne y esas gafotas de pasta,
la única que un buen bohemio debe llevar siempre encima,
y esas katiuskas.

Lo más parecido a Praga es la cocina,
que calculo que en verano estará superpoblada
de turistas.

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